Francis Egerton nació en Londres en 1756 -no se sabe que día y mes- y murió en Francia en 1829, también sin conocerse ambos. Fue un acaudalado aristócrata que además de ser prolífico escritor, traductor y lector, poseía, quizás, la colección de manuscritos antiguos más importante de Europa en esos años. Era extremadamente excéntrico: tenía como costumbre no utilizar reloj y para llevar el conteo de los días, disponía diariamente de un par de zapatos que los iba cambiando colocándolos en fila, así sabía cuanto tiempo había pasado.
Era sumamente aficionado a los perros que lo acompañaban más de una docena. Todos ataviados con lujosas y vistosas ropas, a la última moda -de ese entonces- con zapatos incluidos y que cenaban junto a él en el comedor de su lujosa casa, cada uno con pañuelos atados a su cuello para que no se manchasen. Cada perro tenía “que ser invitado” por el dueño (¿¿¿???) y si alguno tenía “malos modales” era inmediatamente retirado de la mesa teniendo que comer solo. El aristócrata era un asiduo cazador, actividad que fue en decremento conforme pasaron los años.