El pueblo sumerio siempre ha sido una gran incógnita. Hasta la fecha, no se sabe con exactitud quién o quiénes fueron los causantes de ese súbito despertar de unos pobladores neolíticos asentados en las riberas de los ríos Tígris y Eufrates a constituirse en una portentosa civilización creadora de la Escritura, Astronomía, Matemáticas, entre otras ciencias (VER ARTICULOS CIENTIFICOS: “Carl Sagan y la ambigüedad científica”). Entre otras cosas, los sumerios realizaron infinidad de esculturas entre las que se destacan las correspondientes al templo de Tell Asmar. Estas tenían una finalidad concreta: dejar constancia de la importantísima práctica religiosa, tan necesaria para ésta pueblo, ya que los sumerios necesitaban la compañía constante de la Divinidad.
Este grupo está formado por 12 esculturas de pequeño tamaño, cuyas medidas oscilan entre los 30 y 40 cms de alto, 2 que corresponden al sexo femenino y las demás al masculino. Realizadas en Albastrín, fueron localizadas en las ruinas de un templo, quizás se guardaron temiendo ser robadas en alguna invasión. Las figuras son de diferentes tamaños, todas se encuentran en la misma postura. Las más grandes son 2 representaciones, una mujer y un hombre, que se supone que son el príncipe o Dios Abu (Dios de la Vegetación para los sumerios) de aproximadamente 76 cms. de Altura y su sacerdotisa o la esposa del príncipe, respectivamente. Poseen unos ojos muy abiertos que le dan gran expresividad, en los que se incrustaban concha o Lapislázuli, pero algunas no los presentaban.
En su porte llevan el kaunake con la piel descubierta y los pies asoman por debajo. Se debe mencionar que presentan una Nariz y Mentón afilados, signos de poderío y realeza, así como también el Cabello dividido perfectamente en 2 partes, equidistantes y simétricas. Este espléndido grupo escultórico forma un legado importantísimo del Arte Sumerio. Se encuentran en el Museo Metropolitano de Arte en New York.