Nos encontramos ante una de las obras más expresiva, hermosa e impactante jamás realizada por pintor alguno. Es el fin de la primavera de 1953 en Port Lligat cuando Dalí inicia el trabajo que representará parte de esa etapa (Mística-Clásica) tan gloriosa de su notabilísima carrera, en que las formas religiosas son la esencia de su obra pictórica. Finalizado en 1954, “Corpus Hipercubicus” es una enorme manifestación de cubismo Metafísico-Trascendente, basado en el magnificente “Tratado de la Forma Cúbica” del extraordinario arquitecto español Juan de Herrera, constructor y artífice del esplendoroso edificio del El Escorial, el cual a su vez, basó toda la información plasmada en ése tratado proveniente del portentoso texto “Ars Magna”, del alquimista y filósofo hermético Raimundo Lulio.
Geométricamente, un hipercubo se constituye en un objeto de 4 dimensiones, inimaginable para nosotros a excepción de los matemáticos, sin embargo, su desarrollo tridimensional puede observarse en éste cuadro cuya estructura básica -la cruz-, se constituye por 8 cubos unidos por sus caras, suspendida en el espacio, ésta cobra un aspecto inmaterial y ultra-terrestre con tonalidades amarillo-café, por su cara anterolateral proyecta a un Cristo el cual se encuentra suspendido en el espacio, flotando, cuyos brazos extendidos proyectan sus sombras sobre la superficie anterior de los cubos. Un Cristo demasiado humanizado (como el pintado en 1951), sin heridas, ni sangre, siguiendo la ley renacentista de la Divina Protección, los supuestos clavos se observan en forma de pequeños cubos, equidistantes entre sí y flotando, la cabeza del Mártir se encuentra dirigida hacia la izquierda con cierta hiperextensión y el cabello es corto.
Abajo y mirando fijamente se encuentra Gala con un ropaje compuesto de túnicas de color blanco y amarillo, extraordinariamente realístico, plasmando El Maestro su geniialidad pictórica en el grandilocuente manejo de las luces y sombras. La musa se encuentra en un pedestal y debajo de ella una superficie semejante a tablero de ajedrez pero con la sombra de la cruz reflejada en los cuadrados pintados de negro dandole una dimensión dual. Al fondo, observamos la playa, el mar, paisaje propio de Port Lligat y el cielo representa el momento del sufrimiento que implica la Crucifixión: tonos obscuros, negros que se van diluyendo hacia la parte inferior de la pintura, asomándose por demás discreto un tenue Sol y sus rayos a través de los acantilados. Considerado globalmente, éste enorme trabajo pictórico es una singular muestra de la genialidad complementada con religiosidad por parte del Artista.
Oleo sobre lienzo, dimensiones de 1.94 cms. x 1.24 cms. Realizado en 1954. Se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte en New York.